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No puede hacer cultura destruir la reputación bancaria, pues el daño deliberado destruye la economía y la poca evolución del país
No son días fáciles para el sector financiero colombiano, se ha extendido una percepción generalizada que nada tiene que ver con la salud económica de los bancos, los fondos de pensiones, las aseguradoras y demás entidades vinculadas al sector y que constituyen la espina dorsal de cualquier sociedad y son fundamentales para el desarrollo económico. Empecemos por decir que en el reporte del sistema financiero local las utilidades ascendieron en octubre a $17,7 billones, esto significó una caída de 64% respecto a 2017 cuando se habían logrado $50,2 billones y donde los que sacan la cara por el sector son los bancos, que fueron los únicos que presentaron crecimientos frente a las cifras del año pasado con un alza de 19,7% a $7,5 billones. Los bancos empezaron a recuperarse y a crecer desde mitad de año y de las 24 instituciones ya solo son tres que continúan sin presentar alzas frente a las cifras del mismo periodo de 2017.
Por el contrario, las fiduciarias con una baja de 66%, las AFPs con -100%, aseguradoras con -6,1% y comisionistas (-144%) siguen cayendo frente a las cifras del año pasado, arrastradas en mayor medida por el mal comportamiento de los mercados y los vientos de incertidumbre que soplan en el contexto internacional. En los últimos tres meses del año están sentadas las esperanzas en la recuperación de varias entidades, con nuevas luces que avizoran buenas cifras como el comportamiento de la cartera vencida, que creció a su nivel más bajo desde octubre de 2016. Todo un ambiente agridulce, pues por un lado están las malas noticias reputacionales y de percepción, y por el otro lo que dicen los números de su ejercicio. Siempre ha sido popular tirarle piedras -literalmente- al sistema financiero, dado que en la vida del consumidor solo hay dos momentos felices: cuando le desembolsan el dinero de un crédito y cuando termina de pagarlo. Obviamente, durante el largo ciclo de amortización del capital y los intereses, la relación por parte y parte es muy regular. Puede ser que algunos bancos tengan algunos cobros hormiga desconsiderados como el uso de un cajero o el pago por adelantado de la tarjeta, u otros más sofisticados como los intereses pegados a la usura.
Todo puede ser posible y es susceptible de revisar con las autoridades de control que en Colombia son muy eficientes en los últimos años, pero una cosa muy distinta es generar una nube de pánico financiero y desconfianza sobre todo el sistema. Claramente, hay acciones abiertas de sectores de la sociedad interesadas en generar peligrosas crisis en los bancos colombianos que, dicho sea de paso, son los líderes de un mercado muy competido, situación que genera solidez al país, donde se debe avanzar a marchas forzadas hacia la bancarización para que pueda de una vez olvidarse de reformas tributarias, cruzar bases de datos y liquidar el creciente fenómeno del “gota a gota” que ha perneado gran parte de la economía informal. Hoy más que nunca se debe proteger al sistema financiero como garantía de crecimiento y formación de bienestar, y menos aún, deben proponerse más impuestos por el simple hecho de que ganan mucho, como si ser exitosos fuera un pecado que castigar. En Colombia no puede hacer carrera que ganar dinero legalmente está mal y que hay que cargar de impuestos a los sectores exitosos. No se puede tirar piedras contra los bancos porque si se anima ese proceso de desintitucionalización el país entrará en una reversa que le interesa a los regímenes populistas.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados