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Muchas de las reivindicaciones de las protestas no son descabelladas, lo que las hace inviables son los métodos usados para someter la institucionalidad y los infiltrados
Un mes de protestas, marchas, paros y vandalismo, no se pueden negar ni dejar pasar desapercibidos, además que escribirá una nueva historia por todo lo sucedido en las calles y por las repercusiones que tendrá en la contienda política del próximo año. Las consecuencias o los efectos de las más de 30 jornadas de choque contra el Gobierno Nacional ha tenido algunos logros muy significativos que van más allá de haber tumbado una reforma tributaria presentada en el Congreso y haber hecho renunciar al ministro de Hacienda a su autor.
Si se miran las protestas con otros ojos más prospectivos se verá que la Colombia post-covid o post-marchas no será la misma; eso se sentirá más en regiones como el suroccidente, especialmente golpeada por brotes de violencia asociadas a la protesta.
No es malo que en ocasión de las protestas el Gobierno Nacional haya acelerado las políticas públicas que benefician a los jóvenes: matrículas gratis, subsidios a los empleadores, ayudas para vivienda y créditos para emprendedores, eran programas etéreos que ya estaban previstos, pero que se habrían olvidado por falta de recursos, si no hubiese sido por la actividad en las jornadas.
Algo más profundo ha sido la actitud y el papel protagónico de la Andi, que no solo coincidió en la inoportunidad de la reforma tributaria, su desbalance y ambición en tiempos de crisis, sino que apuró unos pilares de financiación que serán retomados en pleno por el Ministerio de Hacienda y que cargará sobre las empresas el grueso de los impuestos. Esto no se hubiera conseguido en condiciones normales en el Congreso.
Y si los jóvenes ya ganaron obteniendo del Gobierno Nacional programas que los beneficien y los empresarios acordaron seguir contribuyendo con más de lo que siempre aportan, está el otro gran ganador y es la diversidad nacional.
Las marchas han recalcado la importancia que tienen las regiones en la formación económica del país; lo que ha sucedido en el suroccidente es una muestra fehaciente de ello. El comercio, la industria, las manufacturas y el agro están infartados, no por las protestas en la Plaza de Bolívar o en el Monumento de Los Héroes en Bogotá, sino por lo que está sucediendo en Cali, Popayán y Buenaventura.
El valle geográfico del río Cauca que aporta más de 15% del PIB. Colombia es un país de regiones que se abastecen entre sí y que dependen de las importaciones del continente asiático. Incluso la misma destrucción vandálica de las dependencias de los juzgados o las fiscalías deben obligar al país jurídico a dar el salto digital y conservar todos los expedientes en distintos sitios digitales.
Así se desarrolló aparnet, la interconexión de computadores en todo el territorio estadounidense para evitar la destrucción de un eventual ataque de la Unión Soviética durante la guerra fría; así comenzó la gran revolución de internet, la red de redes.
Colombia no es Chile, ni Perú o Bolivia, este es un país de regiones, de ciudades, un mercado de 50 millones, de unos US$300.000 millones de PIB en pleno crecimiento y que por más revoluciones que se quieran importar para desestabilizarlo, la economía y la sociedad no se va a lograr, pues las condiciones de progreso no se discuten; hay pobreza y desigualdad, pero esas son asignaturas que se deben ir corriendo y sobre las cuales deben tomar nota los candidatos presidenciales.
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