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La coyuntura política, económica y social está siendo asediada por una nube de incertidumbre que está afectando a mediano plazo el desarrollo del país, hay que tener confianza
Hace pocos días un jovencísimo ciclista colombiano, casi nacido en el siglo XXI, ganó el Tour de Francia y unas semanas antes de esas efemérides, dos tenistas se coronaron campeones en Wimbledon. No son logros aislados como se han querido presentar, son fruto de un país que poco a poco camina hacia el desarrollo y que como ninguno se mantiene en los primeros lugares del crecimiento económico en la región. ¿Por qué creer que las cosas están mejorando? Lo más difícil de vender en un país torturado por una guerra interna de más de seis décadas, es optimismo, pues es un bien efímero, escaso y que dura poco; en cambio vender pesimismo, confrontación y derrota, es más fácil, dado que ese sentimiento ha sido mucho más abundante en la historia colombiana. El optimismo no se justifica porque se ganó el Tour, sería superfluo hacerlo, se justifica hoy ante el mundo porque es un país silenciosamente pujante, a pesar de los problemas crónicos, y que ha logrado absorber en su dinámica económica a una población similar a la de Barranquilla, todos provenientes de Venezuela, que han llegado con sus niños y otros tantos han nacido aquí desde hace tres años. Colombia, su economía y los colombianos le han tendido la mano a una diáspora sin igual en la historia del continente y como muy pocas en el mundo. Oficialmente hay más de millón y medio de venezolanos que están haciendo de nuestras poblaciones su segundo hogar y han encontrado la manera de irse ganando la vida con muchas dificultades. Esa es la mejor muestra de que Colombia sí es la cuarta economía de la región (México, Brasil, Argentina y Colombia) y que tiene empresarios que no paran de generar trabajo ni de invertir en el mercado local y por fuera de nuestras fronteras. Lograr difuminar las necesidades de los venezolanos con las propias de un país en desarrollo como el nuestro no es una tarea fácil, pero se va logrando: el costo es alto, casi dos puntos del PIB, cuentas que han obligado a flexibilizar la regla fiscal.
Pero el argumento más eficaz de que vamos mejorando es que las épocas de tomas de poblaciones por parte de la guerrilla ya no volvieron, ni mucho menos los retenes en las carreteras; la ausencia de estos delitos ha visibilizado otros a los que no se les ponía mucho cuidado, como los atracos, las violaciones y todos esos actos de intolerancia que tanto nos alarman ahora, pero que siempre estuvieron allí agazapados en silencio detrás del accionar guerrillero. Y si a esta interpretación de por qué nos sentimos a veces más inseguros que antes se le suma la actividad empresarial, podemos ver que las cosas están mejorando y que nunca un pasado fue mejor que el futuro.
Ecopetrol anunció inversiones en Estados Unidos; el Grupo Energía Bogotá se fortalece en Perú; el Grupo Gilinski invierte en el banco más importante de Paraguay y, como si fuera poco, el fondo de pensiones chileno, Habitat, compra su similar Colfondos en nuestro país. Son solo movidas financieras y empresariales que hablan de un país pujante al cual hay que apostarle todos los días porque aquí están pasando cosas; no es sino pensar en que una empresa como Rappi, nacida en las calles bogotanas, sea hoy uno de los mayores empleadores de la región con más de 100.000 colaboradores que se ganan la vida con su idea de negocio. No hay razones de peso para seguir siendo pesimistas, es difícil, pero hay que lograrlo.
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