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La fuerte devaluación de las monedas de los países emergentes se ensaña con el peso que puede seguir sufriendo embates de los especuladores, pero ¿qué lo hace presa fácil?
En el mundo animal, las presas más débiles casi siempre son crías, enfermas o muy lentas, eso también ocurre en las crisis financieras cuando los predadores, en este caso los especuladores, leen en los mercados situaciones internas que facilitan o sacian su apetito por dinero fácil, barato y rentable.
El último ataque contra las monedas de los países emergentes se dio en 2015 cuando se llegó a niveles récord de depreciación de las monedas de Malasia, Indonesia, Sudáfrica, Turquía, Brasil, Colombia, Chile y México. En ese momento, los operadores cambiarios se hacían las misma pregunta que ahora: ¿pueden los bancos centrales o las condiciones del mercado impedir que las monedas emergentes pierdan más valor frente a un dólar tan robustecido que superó al euro y va por la libra? Un año normal llega con una devaluación dos veces al equivalente de la inflación; es decir, en situaciones precovid, la devaluación era de 6% u 8% si la variación de precios era de 3% o de 4%. Pero con la inflación, literalmente cabalgante, y la Reserva Federal afanada por evitar que los precios sigan subiendo y no se encuentre el techo al costo de vida, ha subido las tasas a topes históricos desatando una guerra sin cuartel por la moneda estadounidense como refugio en un mundo cada vez más incierto.
El peso se depreciaba menos de 10% cada año en condiciones normales, pero este año las cosas no son de esa manera y a menos de ocho semanas de acabarse este 2022 la cifra de pérdida del valor del peso supera 19%; cifra que se debe ajustar por la diferencial entre el IPC y la de mercado con los que comercia Colombia, es decir, Estados Unidos, Unión Europea y algunos de la Alianza del Pacífico.
Claramente, el dato resultante nos dicta que el mercado no está en equilibrio y la depreciación es una realidad que puede reforzarse con los ataques de los especuladores que están haciendo su agosto por las grietas que ha generado la postpandemia, la inflación, la guerra en Ucrania, los precios de las energías, y por supuesto en Colombia los giros que le pretende dar el nuevo Gobierno Nacional al modelo económico; que no es otra cosa que plantearse no explorar ni explotar más carbón, petróleo y gas. A lo que se le puede sumar marginalmente los rumores de la reforma laboral, pensional y la tributario en ciernes. La depreciación real del peso es enorme y no es lo mismo que sus socios comerciales como México y Perú, que deberían estar en las misma situación; esta inédita devaluación se está ensañando más con Colombia y Chile que enfrentan gobiernos de izquierda y ruido de tambores con cambios estructurales.
El tipo de cambio real es el que se logra con el equilibrio externo, es decir cuando el déficit de cuenta corriente es manejable y no lo es en este momento, pues las presiones inflacionarias han trastocado toda la realidad económica. La situación de la tasa de cambio en este momento tiene mucho que ver con factores puramente financieros por la reducción de la tasa de la Fed, lo que otorga inusual volatilidad a las monedas emergentes, máxime cuando dependen de cotizaciones asociadas a los bienes primarios, como es el caso del cobre en Chile y el petróleo en Colombia. Las deudas privadas en moneda extranjera también pueden explicar el asedio al peso colombiano y chileno, pues hay muchos especuladores interesados en un mercado enfermo, lento o muy pequeño.
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