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Son tres las razones que explican los éxitos del ciclismo nacional: el papel del sector privado, el portafolio de competencias locales y, lo que no es menor, una marca de origen distintiva
Los caprichos de la naturaleza hicieron que la cordillera de los Andes se trifurcara en el territorio de Colombia, dividiendo al país entre valles y montañas que explican en gran parte nuestros problemas, pero al mismo tiempo las fortalezas y ventajas competitivas.
La Occidental, Central y Oriental sirvieron para anclar entre sus faldas y ríos las principales poblaciones y ciudades que poco a poco se han ido interconectando a través de caminos destapados y carreteras a medio hacer; espacios que fueron testigos de la mutación en el transporte, del lomo a caballo al sillín de las bicicletas y hoy en día a las motos.
Pero siempre fueron las bicicletas las más populares desde su introducción o llegada a esa Colombia rural, periférica. Esa idea paisajista, romántica o bucólica se plasmó en competencias ciclísticas pioneras desde 1940, año en el que empieza a tomar forma realizar competencias locales que copiaran el Tour de Francia; se montaron clásicas entre Tunja y Bucaramanga; Medellín y Sonsón, y Cali y Popayán. Y solo hasta 1951 pudo ver luz la primera Vuelta a Colombia en caminos polvorientos. Una década más tarde, nació el Clásico RCN, competencia que entre 1961 y 1966 solo consistía en dos etapas, pero que convocaba a los mejores ciclistas nacionales e internacionales.
Hoy es una cita profesional de 10 etapas en la que participa lo más selecto del pedalismo local. Esas incipientes competencias incubaron el germen de lo que hoy es el exitoso ciclismo colombiano; siempre acompañado por un puñado de empresas que no solo le apostaron a patrocinar corredores y financiar competencias, sino a traer grandes adelantos tecnológicos, y por supuesto, a convertir el ciclismo en un deporte masivo practicado en todos los rincones de Colombia, pues son pocos los fines de semana en los que no haya una competencia de ruta o de montaña en algún pueblo del país. Fueron las competencias tradicionales las que le dieron el marco institucional al ciclismo y eso solo fue posible por el papel comprometido del sector privado, que nunca ha sido inferior al reto de construir país desde el deporte profesional y aficionado.
Con competencias, empresas patrocinadoras y medios de comunicación comprometidos con el ciclismo llegaron los años 80 y los triunfos empezaron a darse; primero se iba con la motivación de solo participar en las carreras de una o tres semanas en Europa; luego a ganar etapas; posteriormente a traer camisetas de la montaña o la regularidad, pero solo en estas dos décadas del siglo XXI, la mutación del ciclismo colombiano ha sido para traer campeonatos como la Vuelta a España, el Giro de Italia y el Tour de Francia. Nada de lo que ha tejido el ciclismo nacional es fruto de la suerte, azar o de políticas estatales a largo plazo; ha sido consecuencia del talento, de la naturaleza del ciclista nacional que nace y compite en una geografía agreste, pero ante todo ha sido porque, como en ningún país de la región hay empresas comprometidas por el deporte.
El mea culpa del Estado en el boom del ciclismo colombiano no debe ser otro que el descuido que ha tenido siempre de las ligas deportivas y las escuelas de formación, política que debe mejorarse ahora que se habla de un Ministerio del Deporte, justo en el año más brillante del deporte colombiano, pues ganar en dobles en Wimbledon y el Tour de France, son cosas que pocos países en camino al desarrollo logran. Pero la razón por la que el ciclismo es exitoso en Colombia tiene que ver con que el Gobierno no se ha metido a regularlo ni mucho menos a apropiarse de sus éxitos.
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