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La ministra de Minas, Irene Vélez, está otra vez bajo la lupa, y no precisamente por su ejecución o buenos aportes en políticas públicas, la inacción tiene consecuencias
La economía colombiana vive del petróleo y eso no va a cambiar quizá en una o dos décadas hacia el futuro. Las explotaciones extractivas de calizas, carbón, cobre, oro, níquel, esmeraldas, entre otros minerales, generan billones de pesos que se transforman en exportaciones y regalías, una suerte de impuestos que sacan de la precariedad a las regiones con obras de infraestructura a nivel nacional.
Todo el sector minero energético representa 7,55% del PIB y 56,1% de las exportaciones, y una multilatina como Ecopetrol le da al Estado cada año un promedio de $21 billones en dividendos (casi una reforma tributaria), además de ser la empresa que más invierte, la gran contribuyente, genera más empleos que ninguna otra y avanza sólida en el negocio de las vías y energías renovables.
El Gobierno Nacional ha sido muy claro y enfático desde la campaña por la Casa de Nariño en enfocarse en atajar el cambio climático y atacar las actividades extractivas, con claridad y con una sana visión de apurar la llamada transición energética, una necesidad glocal, en la que bien se ha avanzado desde un par de gobiernos atrás.
No se puede olvidar que la matriz de generación de energía en Colombia es una de las más limpias del mundo, al depender de las hidroeléctricas; como tampoco se debe pasar por alto que el combustible de la transición es el gas, abundante en varios departamentos y en los dos mares nacionales.
El nombre de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, fue aceptado con prevenciones hace un año cuando fue nombrada. Es una profesora de filosofía de la Universidad del Valle, magíster en estudios culturales y doctora en geografía política.
Una hoja de vida rica en publicaciones académicas pero con poca o nula experiencia administrativa, menos aún en materia de minas y energía, la espina dorsal de la economía colombiana; falencias que se empezaron a notar desde el comienzo cuando sus deficiencias las encubrió con inseguridades en una cartera que goza de expertos.
Hoy el país se encuentra en un limbo enorme en el sector energético; los viceministros no duran, los asesores del Ministerio son desechables, no hay gestión en nombramientos clave, el Gobierno Nacional brilla por su ausencia en la Comisión de Regulación de Energía y Gas que prácticamente está acéfala; la comunicación con la estatal petrolera es nula; la comunicación con los gremios del sector no existe y la ejecución presupuestal está por debajo del promedio de las otras carteras.
Todo esto en medio de la bandera del Gobierno Nacional que es la transición energética con un Fenómeno de El Niño por delante y unas necesidades de exploración de petróleo, gas, nuevas licencias mineras y otras tareas propias de un sector que bien manejado pudiese ser la gallina de los huevos de oro de un país lleno de necesidades y de pobreza como es Colombia.
Y si a esas deficiencias profesionales y ejecutivas de la Ministra en mención, se suman sus constante escándalos, mociones de censura en el Congreso, desconocimiento total del sector y otros viejos abusos en contrataciones, no queda otra alternativa que recordarle al Presidente que al final, él es el responsable de la total inoperancia de su líder en el sector más estratégico del país.
Faltan efectivamente menos de tres años de Gobierno y el tiempo que dure en el cargo de Ministra puede ser muy dañino para todos los colombianos.
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