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Ilógico que Colombia, siendo uno de los países más ricos en ríos y lluvias, tenga problemas de suministro de agua para el disfrute humano y, más aún, que carezca de proyectos a futuro
Si un premio merecen las autoridades rectoras de los servicios públicos en Colombia -y los gremios del sector- es la medalla de oro a la incapacidad de planear y solucionar con eficiencia las necesidades básicas de agua, energía, alumbrado público, manejo de basuras, y por supuesto, de suministro de gas.
Es increíble que en medio de la segunda temporada de lluvias que azota el país, estén hablando de racionamiento de agua para el consumo de las familias, todo por no planear, no saber administrar ese recurso escaso renovable y no adelantar grandes obras de infraestructura que recojan agua en invierno y la entreguen en verano. No existen distritos de riego ni ensanches de acueductos.
Como siempre sucede, la solución es la más facilista: racionar el preciado líquido perjudicando a las personas y las empresas, en lugar de planear y darle solución a un problema crónico. En el Gobierno Nacional y en el Legislativo creen que con más ministerios, agencias y corporaciones autónomas, el problema del agua se soluciona automáticamente, olvidando que todas esas entidades burocráticas son ineficientes al manejar el recurso hídrico para el bien de la sociedad.
Colombia, al lado de Brasil y Perú, no solo es uno de los países más ricos en agua, sino que es el país del mundo con más milímetros de lluvia al año, 3.240 milímetros (litros por metro cuadrado) en total, gracias a la posición geográfica del territorio. La selva tropical colombiana está en medio del llamado cinturón de baja presión que interconecta masas de aire cálido y húmedo, que a su vez genera muchas lluvias al año.
La incompetencia radica en que los gremios energéticos y de los servicios públicos, gobierno tras gobierno, han sido incapaces de lograr alguna evolución en la plena satisfacción de los colombianos en agua y electricidad. Ahora todos han salido a rasgarse las vestiduras anunciando la peor crisis energética, pero olvidan que la incompetencia es crónica y que no emerge de un día para otro.
Es decepcionante que los precios de la energía para los consumidores colombianos sean los más altos entre países de la Ocde, y que mientras en el mundo el kilovatio hora baja, acá se mantiene al alza muy a pesar de que las lluvias han vuelto. El precio de la energía en Colombia es más del doble que la inflación total y supera a todos los latinoamericanos que pertenecen a la Ocde.
En agosto, la inflación de energía fue de casi 14%; en Chile fue de 13%, México 7% y Costa Rica menor de 1%. Hay una crisis estructural trilliza de agua, luz y gas que no se puede dejar pasar para advertirle al país que no solo de palabras vive la economía, sino de hechos concretos de transformación. Es ilógico que se hable de reindustrialización del país, de inteligencia artificial, de comercio internacional, pero nadie lidere la verdadera transición energética.
La economía la mueven las empresas y los gobiernos, y ambos necesitan de energía para poder trasladarse de un punto a otro; sin luz eléctrica, sin gas, con gasolina y diésel caros, y proscribiendo el carbón como fuente idónea de termoeléctricas no se llega a ningún lado, menos aún racionando agua; es una suerte de involución social que se debe detener, mostrando proyectos viables que lleven a Colombia a otro estado de desarrollo. No es un chascarrillo: se está cocinando por estos días una crisis trilliza que necesita romperse con grandes proyectos de agua, luz y gas.
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