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Es de perogrullo respaldar a las instituciones en una democracia y economía de mercado como Colombia, pero la construcción institucional se hace con base en las personas
Es un lugar común o un cliché oportunista salir a pedir respeto por la ley, acatamiento de las leyes y respeto por la institucionalidad, luego de que la Corte Suprema de Justicia declarara medida de aseguramiento contra el expresidente y senador más votado, Álvaro Uribe Vélez. Es cierto que la institucionalidad está por encima de las personas y que hay que confiar en la máxima institución de la justicia representada por los altos tribunales, pero no se puede desconocer que dicha institucionalidad se fundamenta en ideas, ejecuciones, desarrollos y materialización de obras de personas de carne y hueso, que pueden estar sesgadas. El institucionalismo no es otra cosa que las reglas de funcionamiento de la sociedad y que las instituciones son acciones de gobierno de actores racionales con el fin de lograr objetivos, por tanto pedir disección de las dos cosas es una tarea compleja máxime cuando los hechos se precipitan inesperados y enturbian una coyuntura bien revuelta y enrarecida por una pandemia, una crisis económica en ciernes y ahora una crispación política, todo justo durante el meridiano del gobierno de Iván Duque.
Hay un viejo institucionalismo y es el que defiende John R. Commons, quien consideró que “las instituciones existentes en un tiempo determinado representan soluciones imperfectas y pragmáticas a los conflictos pasados. La creación y mantenimiento de las instituciones pone en peligro el equilibrio y la estabilidad del sistema”. Planteamiento que obliga a los defensores del status quo político, económico o sociales a aceptar que hay conflictos entre el poder y la política que precipitan cambios en las mismas instituciones. Por tanto, repetir como si fuera un mantra “hay que defender las instituciones”, aferrándose a las mismas reglas de juego que generan problemas crónicos, es desconocer la evolución inherente en todos los procesos sociales.
Debe haber una máxima solidaridad con las instituciones, al mismo tiempo que aceptar las fuerzas de cambio en dichas reglas de juego que las mantienen vivas. Colombia es un país en formación, en desarrollo, que lucha como sociedad para alcanzar el bienestar social, el crecimiento económico y que trabaja diariamente para disminuir la precariedad de los bienes públicos, pero en ese mismo devenir no puede desconocer instituciones vivas encarnadas por líderes históricos que han hecho de sus ideas verdaderas instituciones para preservar como la seguridad democrática, la economía de mercado, la seguridad jurídica, que sumadas generan la confianza inversionista, el principio de la generación de empleo, el pago de impuestos y la propagación de la prosperidad de los países.
El expresidente Uribe Vélez es eso, un líder luchador entregado a sus ideales y a la defensa de unas instituciones con las que se construye país. Hoy arranca una nueva y larga lucha que debe enfrentar en derecho, pero esa lucha legal, primero contra una medida de aseguramiento y luego contra las acusaciones de la justicia, debe llevar a reflexionar al país sobre los ganadores y perdedores de esta complicada situación. El Congreso debe seguir estudiado las iniciativas de ley que saquen a Colombia adelante, al tiempo que el Ejecutivo no puede ceder en gobernabilidad para rematar una buena gestión en los próximos meses. No es fácil lidiar con una pandemia, una crisis económica y un agitado cotarro político. Pero estamos seguros que saldremos adelante.
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