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Al exitoso programa de subsidio a los buenos estudiantes para que accedan a la universidad le llegó el momento de evolucionar y potenciar esa ayuda
En uno de los muchos murales del campus de la Universidad Nacional reza un elocuente grafiti: “Soy pilo y nadie me paga”. Son solo seis palabras que ponen al desnudo el exitoso programa de ayuda a los mejores estudiantes de bajos recursos que no tienen dinero para acceder a la educación secundaria de alta calidad. El Gobierno de Iván Duque ha querido relanzar este novedoso sistema de entrega de subsidios educativos a los mejores bachilleres, quienes no tienen cómo ir a las universidades privadas o públicas, la idea no es acabar con esas ayudas, pero sí reformar todo el sistema, pues el grueso del presupuesto para la inversión del sector educativo se está yendo especialmente para las universidades privadas que se benefician con 90 de cada 100 estudiantes que acceden al programa estatal dispuestos en el programa educativo bandera del pasado Gobierno y que ha beneficiado a más de 40.000 estudiantes de todos los departamentos del país.
La mirada cuantitativa nos muestra que de los $38 billones que en promedio se destinan al sector educación, $34 se van en los gastos tradicionales de pago de salarios, colegios, universidades, etc., y que de los $4 restantes, más de la mitad se destine a un programa bien intencionado que termina en las universidades privadas, que son las que en su mayoría escogen los llamados estudiantes “pilos”. Claramente hay algunas cosas que se deben ajustar, pues una buena parte del erario público que destinado a mejorar la educación se va para estos estudiantes -muy merecido- pero existen otras necesidades como invertir en las decaídas universidades públicas que bien deterioradas tienen en sus instalaciones. Ni qué decir de sus laboratorios, teatros o espacios deportivos. Una alternativa es no tocar esos $2 billones que se lleva el programa que busca beneficiar a los estudiantes excelentes de bajos recursos, pero también está en el tablero reenfocarlos y obligar a que se presenten nuevas maneras de hacer rendir esos recursos escasos.
Obviamente, las primeros en reclamar son las universidades privadas, las más beneficiadas con la masiva llegada de estudiantes “pilos”; pero hay que escuchar también las razones de las universidades públicas que siguen siendo muy competitivas y siempre se meten en los primeros lugares de los distintos listados de las mejores del mundo, la región y el país. Son de destacar los casos de la Universidad Nacional, la Universidad de Antioquia y la Universidad del Valle, las tres instituciones que más aparecen casi todos rankings en posiciones de privilegio. La otra forma de rediseñar el programa es elaborar un plan de becas en el que todas las universidades compitan por igual por esos estudiantes y esos millonarios recursos que el Gobierno destina para premiar a los mejores; también puede ser una suerte de acreditación para becas que obligue a las universidades -que no pagan ningún tipo de impuestos- a diseñar ellos mismos una competencia por ese millonario botín que representa algo más de $2 billones del programa “Ser pilo paga”. No podemos desconocer el gran avance de las universidades acreditadas en alta calidad, factor que las obliga a ayudar a construir al lado del Ministerio de Educación una nueva fórmula que no perjudique a ninguno de los beneficiarios: estudiantes y universidades, pero sobre todo que haga eficiente este millonario gasto de inversión.
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