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Algunos Congresistas, sindicatos, desempleados, gobernantes y la competencia misma, tienen en jaque o, por lo menos, acosada la actividad empresarial, que es peligroso para la economía
Una hipótesis: “el país destinado a vivir lo que está padeciendo Venezuela era Colombia”. La actividad guerrillera desde los años 60, la ausencia crónica del Estado en las regiones más apartadas, la lucha perdida contra una pobreza creciente, la difícil topografía y el poder del narcotráfico en regiones ya capturadas, eran y siguen siendo los insumos, componentes o ingredientes necesarios para que se estableciera desde hace varias décadas un régimen anárquico de línea social-populista en la Casa de Nariño. ¿Por qué eso sucedió primero en Venezuela que en Colombia? La explicación no es distinta al rol que han jugado los empresarios, a las redes financieras, agrarias, agroindustriales, manufactureras e industriales, tejidas desde hace casi un siglo, en varias regiones del país, una suerte de muro de contención, piedra angular de bienestar y de desarrollo que ha impedido la entrada del comunismo disfrazado de populismo socialista a Colombia.
El argumento más contundente es que los empresarios colombianos no han salido corriendo de su país tal como lo hicieron los venezolanos de comienzo del siglo XXI o los cubanos en la década del 60. Aún las empresas colombianas siguen siendo las líderes indiscutibles en varios de los sectores económicos estratégicos: alimentos, construcción, finanzas, cementeras, agroindustria y agro, entre las más fundamentales. La Cuba de los Castro y la Venezuela de Chávez y Maduro, lo primero que le incubaron a los más jóvenes fue el odio y el resentimiento por los dueños de los bienes de capital, los inversionistas, los emprendedores, los hacedores de empresas y todo lo que les oliera a economía de mercado, pues sus ideas libertarias radican en la destrucción del modelo económico para que el Estado asuma, como un padre de familia responsable, todas las necesidades básicas insatisfechas de la población, en una suerte de obligar a que toda la gente dependa del trabajo que da el Gobierno y que los alimentos de su mesa los defina el partido al vaivén de su compromiso político.
Los Castro creyeron que la buena zafra azucarera sería eterna y la misma equivocación cometió Chávez con el petróleo. Ambos países han condenado, condenan y condenarán a muchas generaciones a la inopia, pero los gobernantes sí gozan de riquezas y el bienestar negado a sus gentes.
Los discursos que sustentaban las violentas marchas tenían muchos de esos elementos, que han sido recogidos por algunos congresistas, quienes atemorizados por los bloqueos y la estigmatización están legislando en contra de la economía de mercado, de la competitividad y castigando a las empresas que pagan el grueso de los impuestos y generan el empleo formal que se deriva en bienestar y progreso. Hoy todo el mundo quiere “comer” empresarios, olvidando que son ellos quienes apuestan por el país con sus planes de expansión, con sus productos y servicios, que dicho sea de paso, se vuelven públicos de dominio general cuando están en el mercado. Un usuario de Apple es más dueño de la exitosa corporación cuando disfruta de un MacBook o de un iPhone, que los accionistas que deben garantizar la sobrevivencia de las factorías, la producción, los saltos tecnológicos y la innovación permanente.
Al atacar la empresa, acosar inversionistas y eliminar la propiedad privada, se está abriendo paso a la cubanización o venezuelanización de Colombia.
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