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El Nobel para Robinson, Acemoglu y Johnson lo reciben por su trabajo académico, que es muy amplio, en el que resaltan el rol institucional en la economía, pero eso solo no es suficiente
La palabra más raída en la política colombiana por estos días es “institucionalidad”, usada con mucha frecuencia como escudo de la oposición política al gobierno de turno, cada vez que esté atenta o emprende críticas en contra de algunas de las oficinas públicas, organismos de vigilancia y control, las cortes o las fuerzas militares.
En las ciencias sociales se entiende el institucionalismo como un enfoque académico que atiende a las instituciones en sus distintos roles y funciones; en economía, dichas instituciones se entienden como “las que establecen las reglas de juego para la toma de decisiones de consumidores y productores”.
Ahora que hay crisis energética, en la salud, cambio en las pensiones y una reforma inminente en el sistema laboral, se manosea el concepto de instituciones, vistas como el rol del gobierno en la definición de las políticas públicas o comerciales, máxime si hay dominio público o es el sector productivo quien abre el libre mercado.
En términos de academia económica, el institucionalismo surge como alternativa o respuesta a la economía neoclásica; autores como Commons, Veblen y Mitchell, están entre los impulsores de ideas sobre el comportamiento de los jugadores económicos. Pero esa es otra historia.
El cuento viene a colación porque Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson recibieron el Premio Nobel de Economía 2024 por sus investigaciones sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad, campo que tiene una larga y noble historia en economía, pero recientemente, en 2012, los premiados expusieron con datos empíricos sobre instituciones económicas específicas que ayudaron u obstaculizaron el crecimiento económico y luego examinaron los factores que llevaron a esas instituciones. Señalan, como lo hizo Adam Smith, que los derechos de propiedad y las élites políticas comparten los beneficios del crecimiento económico con las “masas”.
Dice WSJ que en su libro, ‘¿Por qué fracasan las naciones?’ (Planeta, 2012), Acemoglu y Robinson dividen países en dos tipos: extractivos e inclusivos. Los países extractivos son en donde una pequeña élite extrae riqueza de las masas, mientras que en los países inclusivos, el poder político es compartido. Cuando los gobiernos son extractivos, la gente tiene poco incentivo para producir. Pero ocurre lo contrario cuando los gobiernos son inclusivos, ya que las personas tienen derechos de propiedad y pueden acumular riqueza”.
Desde el momento en que enunciaron sus tesis en defensa de la importancia de las instituciones en el desarrollo de los países, han cambiado mucho las cosas en el mundo y la confrontación de sus textos y con la realidad actual deja muchos flecos, además de otras críticas menores a su trabajo, pues ambos premiados se convirtieron en asesores de gobiernos de países que, literalmente, no querían fracasar más en la historia.
Hace cuatro años, lanzaron una obra distinta en la que recogen, que además del tipo de instituciones, también es importante el libre mercado y la libertad de las personas; el texto se llama, ‘El pasillo estrecho’ (Ariel, 2020), en el que defienden tesis sobre los Estados que no han garantizado la protección de los individuos o han sido tan fuertes que las personas no han podido defenderse de su despotismo gubernamental. En el caso de Colombia: ¿qué instituciones vale la pena defender a ultranza?
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