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Los ciclos de tasas altas obligan a todos los cuentahabientes a revisar a fondo el costo del uso del dinero y se encuentran con un obsoleto y costoso sistema de pagos
El hilo conductor y combustible que mueve las sociedades más desarrolladas, civilizadas y con mayor bienestar social, es el dinero, que a su vez le permite a los individuos integrarse en los sectores de la economía, consumiendo o produciendo. Es casi imposible luchar contra este gran avance de la humanidad, o para otros, imposición del mundo capitalista; entrar en su juego, estar informado y acceder a unos mínimos de cultura financiera es un imperativo para todas las personas a través de la bancarización, es decir, que ojalá todas las personas tengan acceso a una experiencia bancaria que les permita acceder a créditos, mejor salud, servicios sociales, pensiones, subsidios, tributación, digitalización, redes sociales, información, educación, además de todas esas actividades monetizadas que hoy dominan a las sociedades más modernas.
La inmensa mayoría de las personas incluidas en la población económicamente activa, unos 23 millones en Colombia, se ganan la vida de alguna manera, saben conseguir plata, con más o menos sofisticación, pero el cordón umbilical es que saben hacer dinero, formal o informal, pero muchos se estrellan contra la barrera del sistema financiero a la hora de manejar sus ingresos, no solo por miedo, acceso, desconocimiento, sino por los altos costos, esos cobros hormiga y silenciosos que nadie explica: cuotas de manejo, cobros por consultas de saldo, retiros en cajeros de la entidad o de otros bancos, impuesto del 4 x 1.000, costos por consignaciones nacionales, cheques de otras plazas, venta de cartera, devolución o entrega de tarjetas de crédito, adelantos, margen de intermediación, libranzas, hipotecas, nuevas tarjetas, etc., todo un mundo de servicios muy diversos que tienen un costo, valen mucho dinero y de los que viven los bancos, que deben hacer millonarias inversiones en nuevas tecnologías para garantizar buenos servicios a sus cuentahabientes.
Todo ese universo de transacciones internas y externas son vigiladas por la Superintendencia Financiera y se prestan a través de una gran autopista tecnológica llamada sistema de pagos, “un conjunto de instrumentos, procedimientos y reglas que permiten que en una economía se realicen transferencias de fondos entre o a través de sus participantes, asegurando la circulación del dinero”, administrado por el Banco de la República, que en últimas es quien debe modernizar este servicio determinante para que más colombianos le pierdan el miedo a bancarizarse y vean rendir su dinero en una coyuntura de altas tasas de interés.
El Emisor no solo debe modernizar su sistema de pagos inmediatos que promueva la inclusión financiera, sino que garantice a los cuentahabientes que su dinero rinda y no se vaya en pagos que en otros países son gratuitos. El sistema financiero es un servicio que tiene unos costos, el mercado debe obligarlos a competir, pero es el Emisor quien debe facilitar una mejor autopista para que los usuarios no tengan que costear la obsolescencia tecnológica.
Existe consenso entre los bancos en que es imperativo avanzar hacia un universo de pagos digitales de forma más acelerada y es el Banco de la República quien debe liderar, definir reglas, estándares técnicos y operativos de la industria; está obligado a construir esa hoja de ruta de promoción del mercado y la consolidación de un esquema de seguimiento a los avances. En Colombia no todo debe ser tan costoso, máxime cuando el dinero es de los usuarios.
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