Todo lo que sucedió, sucede y sucederá en Venezuela, a través del tiempo, siempre va a afectar a Colombia. Con el vecino país se han experimentado todas las etapas que dos pueblos cercanos pueden probar: ser un mismo país, confrontaciones territoriales, buenas relaciones, tratados de libre comercio, zonas comunes, negocios estratégicos, vientos de guerra, migraciones masivas de aquí para allá y de allá para acá, guerrillas, narcotráfico, tensiones políticas, comerciales, diplomáticas, etc.
Entre Colombia y Venezuela ha pasado de todo y pasará de todo a lo largo de la historia y el futuro, pero siempre serán dos países unidos no solo por la geografía, sino por las dependencias complementarias en sus estructuras de mercado; aquí se producen cosas que allá no, y allá hay cosas que acá son escasas o más costosas.
Y hay una auténtica hermandad; en los buenos tiempos de Venezuela, miles de colombianos cruzaron la frontera para realizar el “sueño americano” en ese país, y ahora, en sus tiempos malos, han venido por miles a tratar de tener una mejor calidad de vida. Es una verdadera historia de amor y odio en la que hay que tratar de ser objetivos y en donde debe brillar la resiliencia.
Es evidente que el modelo socialista es fallido no solo en Venezuela, sino en Cuba, Nicaragua y Bolivia, países empobrecidos, sin esperanza de brindarles mejor vida a sus ciudadanos; y es que el comunismo y socialismo en todo el mundo es un fracaso probado por el simple hecho de que la gente no hace el mismo esfuerzo para producir, pero sí tiene la misma presencia para recibir.
China es un caso distinto por la capacidad de trabajo, las dimensiones del país, la mínima o nula corrupción estatal, la temeridad del régimen, el control férreo a sus pobladores y por el enfoque deliberado al progreso, la innovación, los mercados y la ausencia de conflictos, a no ser que sean por mercados.
Pero el socialismo en Latinoamérica carece de toda verdadera ideología, no tiene nada de lo que tiene China, en cambio, abunda la corrupción, la pobreza, el individualismo, la mala administración, los delitos, todas las enfermedades sociales que esclavizan a los países y los anclan en generaciones de pobreza. Venezuela enfrenta elecciones aparentemente libres este domingo y pone en juego el sistema socialista que los ha empobrecido y empujado una ola de migración sin precedentes en América Latina, al tiempo que ha enquistado una clase dirigente corrupta.
El socialismo fracasado del actual régimen no solo destruyó una economía, otrora próspera, sino que trajo a Colombia a más de dos millones de migrantes, unos muy buenos trabajadores, adaptados al país y a nuestra cultura, y otros llegaron a delinquir. Un cambio en el rumbo del país es necesario para Venezuela, que está sentado en la mayor riqueza petrolera y gasífera; no es un secreto que el vecino país es la “despensa energética” del mundo; una región con una riqueza hídrica sin igual y con reservas naturales inigualables.
A Colombia solo le debe interesar que a Venezuela le vaya bien, que entre los dos países haya armonía política y económica, que entre ambos se construya una región de paz enfocada al desarrollo, pues tienen con qué lograrlo. En cualquier momento en el futuro, la capacidad empresarial colombiana tendrá en Venezuela el mejor mercado del mundo, pero para que eso ocurra debe haber un cambio político en el manejo del país hermano.