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Es una jornada cívica que debe protegerse, pero al mismo tiempo hacer evolucionar, pues no deja de convertirse en un día feriado sin incentivos reales para el grueso de las personas
El día sin carros, ni motos se lo inventó (o mejor adaptó) el exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, el 24 de febrero de 2000, al poner en práctica una jornada cívica típica en Europa, cargada de ornato y reflexión acerca de la huella de carbono de las personas que habitan grandes metrópolis.
Su ancestro se remonta a pequeñas ciudades en el viejo continente, como Reikiavik, La Rochelle y Bath, que más tarde se constituye como una iniciativa general dictada por la Comisión Europea. Sin duda, es uno de los aportes históricos y disruptivos de Peñalosa a quien también se le deben cosas como los parques bibliotecas, Transmilenio, ciclorutas, muchos andenes, parques y la ampliación de la red de ciclovías, entre otras cosas que hoy son constitutivas de la Bogotá más moderna y que garantiza mejor calidad de vida.
El día sin vehículos es una jornada cada vez más digerible que puede pasar hasta inadvertida, pues la pandemia catapultó el teletrabajo, el trabajo remoto o el trabajo en casa, y desde 2020, es una jornada en la que más se habilitan alternativas laborales vinculadas a la desconexión de plantas y oficinas, dándole la oportunidad a las personas para que se queden en su hogar, y no tengan que pagar taxis ni usar el saturado transporte público que representan los buses de Transmilenio.
Pero es un hecho indiscutible: se volvió paisaje y el número de vehículos habilitados para transitar y hacer negocio, llevando y trayendo pasajeros, cada vez aumenta más, llevando al traste el origen de la iniciativa que es velar por la salud del ambiente. Hace 24 años que ningún alcalde de la capital del país, ni de ninguna de las otras ciudades que copiaron la iniciativa han reinventado esta necesaria jornada cívica, sostenible y ambiental, pero cada vez menos servible, pues se convierte en uno de los días menos productivos, en un auténtico feriado para muchos y un día, sin ton ni son, que afecta a los tenedores de carros y motos, además de golpear a muchos comerciantes, vendedores de combustibles, parqueaderos y a todas las economías inmersas en el sistema económico que ofrecen los vehículos en las grandes ciudades.
Es un día que debe protegerse y quizá ampliarse pero se deben pensar nuevos incentivos más allá de la sanidad ambiental; tener carro o moto no paga si se va al detalle de sus costos: el Soat, el certificado tecnomecánico, el seguro, el pico y placa, el precio de la gasolina, los parqueaderos; todo sin contar el costo de los siniestros eventuales, multas de tránsito y la cuota al banco si hay un préstamo; claramente el sistema desincentiva el uso de los vehículos a los cuales no se les saca el costo que tienen. Los planificadores de las grandes ciudades, los economistas del Distrito y de las grandes ciudades deben pensar en nuevos incentivos para el “no uso de un automotor”.
Las autoridades de las ciudades colombianas son prohibitivas por naturaleza y poner más trabas al uso de los vehículos no ayuda a las personas. Yerra el alcalde mayor, Carlos Fernando Galán, al incomodar a las personas poniendo pico y placa “ambiental” los sábados, día en el que más se usa el carro para tareas familiares. Lo más fácil siempre será imponer como autoridad, pero esa siempre será la salida más fácil cuando no se tienen nuevas ideas como es el reto de reinventar el día sin carro pero que los sacrificados o, mejor, perjudicados sientan la necesidad de colaborar o de montarse en esa aparente fiesta.
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