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Arranca el último mes del año en medio de un agitado panorama económico, no solo por la reforma tributaria sino por el petróleo y la devaluación.
Poco a poco 2018 empieza a hacer parte de la historia, los días van pasando sus páginas y con ellos también se empieza a construir el futuro a golpe de cada jornada. El final de un año no se debe ver con la nostalgia de lo que se dejó de hacer, sino con la seguridad de lo que se hizo y lo que representará en el mañana, especialmente cuando se trata de planeación económica. Este año que termina ha estado marcado por la palabra “incertidumbre”, vocablo que no juega muy bien en las ecuaciones matemáticas y al cual acude la ciencia económica cuando busca un chivo expiatorio para explicar sus hipótesis no cumplidas. Es la variable perfecta en donde se pueden acumular todos los infortunios y los distintos por qué no suceden las cosas como se han planeado. Desde la madre de las ciencias sociales, la incertidumbre es esa situación en la que poco se conoce la probabilidad de que ocurra un evento previsto, en una suerte de que sin expectativas o previsiones no existe la incertidumbre. La planeación financiera, empresarial y de algunas políticas públicas, trabaja con base en expectativas medibles, las previsiones concretas, las metas cuantificables, los objetivos cuantitativos, todas variables que deben ser medibles, y que le dan origen a ese mundo oscuro de la incertidumbre; esa zona que no es posible conocer con certeza.
A casi dos décadas de haber comenzado el siglo XXI, la incertidumbre se filtra o se cierne en la teoría económica como un elemento determinativo para cualquier acción que se necesita proyectar. Es la palabra más usada en los ensayos de las ciencias empresariales, financieras y económicas. Hasta hace unos pocos años, las cosas eran más previsibles, los jugadores eran pocos, las acciones gubernamentales eran limitadas y los agentes que determinan el consumo estaban marcados por la pasividad. Predecir, vaticinar, demostrar, acudir a la experiencia, revisar el pasado, son algunos de los antídotos que se usan en contra la incertidumbre que se apodera de las decisiones. El problema es que es una palabra efímera, muy ligada al miedo que se evapora una vez ocurren las situaciones, pero renace cuando un hecho se construye de nuevo. Todos los días llegan con sus propias luces e incertidumbres y es humano desconfiar de que todo puede mejorar o empeorar, es cuestión de estar preparados para todas las posibilidades. Hay mucha econometría contra la incertidumbre, al punto que es un terreno que aún no se ha incrustado del todo en las ciencias sociales y lamentablemente se escapa del método científico.
Terminar el año con pie derecho, ahora que sólo quedan 30 días, es una manera de reducirle el margen de acción a la incertidumbre y para ellos hay que tener el mapa de sucesos completo para poder actuar. Este 2018 concluye como arrancó, agitado. La coyuntura económica no es la más clara si se mira la última tendencia de los fundamentales: los tipos de interés han dejado su tendencia a la baja; la tasa de cambio ha estado más volátil que nunca y el dólar cierra con revaluaciones históricas; los precios del petróleo, luego de ilusionar con su disparada, han empezado a caer y resucitando las viejas angustias de que ser un país muy dependiente del costo del barril de crudo, y la inflación que se creía vendida empieza a despertar consecuencias de los mismos choques de siempre. Cerrar el año es cuestión de planear para reducir el margen a la incertidumbre para que esa palabra se desvanezca como llega.
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