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Varios Gobiernos como el colombiano quieren mantener la exclusividad en la oferta y demanda de las vacunas contra el covid, una situación insostenible que debe cambiar
Hace un año el mundo comenzaba a padecer una época oscura marcada por la incertidumbre que duró hasta bien entrado noviembre cuando hubo humo blanco en los estudios realizados por las grandes multinacionales farmacéuticas que daban buena cuenta del avance de la vacuna contra el coronavirus. Desde ese momento, todo cambió, se vio una luz al final del túnel y el miedo se convirtió en esperanza, pero no en todos los países de la misma manera. La diferencia estuvo en la manera cómo cada uno entendió el tema sanitario y comercial, además de las destrezas en la negociación, compra y ahora aplicación de las vacunas. El tablero era simple: una docena de multinacionales produciendo vacunas; dos o tres gobiernos con factorías estatales dando resultados científicos y muchos países pobres y ricos ansiosos por hacerse con el mayor número de dosis para legitimar el ejercicio de sus gobernantes. El resultado en franca competencia comercial no es otro que el monopolio, el pulso geopolítico y los acuerdos solidarios bien intencionados, pero al final de todo, es la Ley de la oferta y la demanda la que se ha ido imponiendo y zanjando la situación. Los países más exitosos en la vacunación de sus individuos son los que han dejado jugar al sector productivo en la negociación, compra y aplicación de las vacunas; los otros, quienes han querido mantener el monopolio político de los gobiernos, son los más rezagados, pues sus sistemas sanitarios están colapsando por incapacidad de aplicar vacunas y sus ministros de economía, agobiados por falta de caja para comprar las dosis necesarias que les genere tranquilidad a sus sociedades. Desde el comienzo era básico entender que la demanda de vacunas y la escasa oferta de esas dosis no se escapaban del principio básico sobre el que se basa una economía de mercado: oferta y demanda de un producto; la cantidad ofrecida de la vacuna es limitada por un tiempo y determinará el precio al que se vende el producto. Controlar el acceso a las vacunas con normas y decretos sobre las importaciones no es nada prudente; el Gobierno Nacional debe apurar a dejar que las empresas compren directamente vacunas, tal como ha sucedido en Estados Unidos, Chile e Israel, para garantizar “velocidad de crucero” en la aplicación calculada en unas 250.000 vacunas diarias, no las 15.000 promediadas hasta ahora. Es cierto que los laboratorios están trabajando al 100% de su capacidad instalada y que hasta hace dos o tres semanas se le impedía a los privados comprar directamente en las farmacéuticas líderes, situación que cambió y que se debe aprovechar para que la normalidad económica vuelva muy pronto. Pretender “sisbenizar” todas las vacunas en Colombia y que todas las personas dependan de una secretaría de salud o de una EPS es absurdo en una economía de mercado. Cada vez son más los colombianos con posibilidades que viajan a Estados Unidos o Chile a vacunarse, pues estos países -entre otros- entendieron que comprar más vacunas de las necesarias para sus mercados era una oportunidad de reactivar el turismo y el transporte aéreo. Pero lo más increíble de toda esta situación, bastante kafkiana, es que haya que tramitar un proyecto de ley ante el congreso que permita montar un negocio lucrativo o solidario en torno a la oferta y la demanda de las vacunas.
Para desvanecer el reino de la incertidumbre se necesitan acciones concretas, con foco y objetivos precisos, 2025 debe ser un tiempo de hacer, ejecutar, quejarse menos y garantizar resultados