Sobre lo que está pasando y pasará en Venezuela no se ha dicho la última palabra, lo cierto es que el modelo actual que se aferra al poder con uñas y dientes debe empezar a cambiar en muy pocos meses, a riesgo de que le suceda lo mismo que a todos los regímenes totalitarios: el derrocamiento, el exilio, la tragedia o la cárcel.
Las elecciones del pasado domingo no son un campanazo de alerta de lo que pueda ocurrir en Venezuela, es el gran comienzo de un cambio radical que debe modificar el modelo económico del país más rico en recursos naturales de América Latina.
Desde los albores del siglo XXI, cuando el modelo socialista se instaló en forma de castro-chavismo, la historia sentenció tanto a Cuba como a Venezuela; el destino les dio la última oportunidad de construir algún camino exitoso para sus países. Eran años de una bonanza petrolera que alcanzó precios del barril a US$120, dinero que dilapidaron regalando combustible, subsidiando todas las actividades productivas, al punto que condenaron a Venezuela a padecer la “enfermedad holandesa”, ya no con tulipanes, sino con crudo.
Cuba, como buen parásito económico, se pegó a la efímera bonanza petrolera tratando de contagiar con su virus socialista a otros países del vecindario, generando pichones de dictadores populistas de la talla de Ortega, Correa, Cristina o Evo, todos unos tristes personajes perdedores que nunca revisaron o estudiaron la historia de los fallidos regímenes que trataron de emular.
Ecuador, Argentina y Bolivia han sabido salir de esos negros episodios de mediocre socialismo latinoamericano girando a la derecha o mínimo al centro del ideario político y a la economía de mercado y la propiedad privada, pero Venezuela se ha aferrado a ideas obsoletas socialistas, enemigas de la actividad empresarial, a seguir subsidiando todas las necesidades básicas de su población, a no producir nada más que petróleo y gas, y a satanizar al sector productivo, generando una diáspora sin precedentes en la región de casi seis millones de venezolanos.
Nicolás Maduro, el actual presidente de Venezuela, es un personaje títere de un sistema basado en las carencias, el temor de las personas y los privilegios de los militares que lo respaldan; una dictadura disfrazada de democracia anacrónica sacada de la Guerra Fría. Ha sido un productor de pobres y, por ende, un exportador de miseria a los países vecinos.
Colombia ha sido el más afectado por el errático sistema de exportar delincuencia y pobreza, no solo ha tenido que aceptar dos o tres millones de inmigrantes y satisfacer sus necesidades básicas, sino manejar la tensión política entre dos países, que han generado un caldo de cultivo en una frontera de 1.200 kilómetros de narcotraficantes, guerrilleros, contrabandistas, mafias de trata de personas, entre todos los flagelos aposentados en una zona sin Dios y sin ley.
El socialismo en América Latina es un total fracaso como sistema político y económico; Cuba, Venezuela y Nicaragua, y todos esos países terminarán como siempre en grandes revoluciones que derrocarán a sus dictadores, tal como lo ha demostrado la historia con los mismos matices en África, Asia y Europa.
Venezuela debe empezar a hacer reformas para evitar un estallido social sin precedentes, eso va a pasar; el qué ya está resuelto, al igual que el cómo; el punto ahora es el cuándo. Y Colombia debe tomar nota para no seguir el mismo camino.