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A simple vista, San Luis de Sincé es un pueblo como cualquier otro en la sabana sucreña: gente amable, dedicada principalmente a la ganadería y la agricultura, una plaza central donde confluye la cotidianidad de sus 35.000 almas y enormes casas de madera y techo de zinc rojizo, diseñadas para que el aire circule libre por todas las estancias, mitigando el calor del Caribe. Sin embargo, no es un pueblo común. Allí, la realidad está tan impregnada de magia que, si una tarde lloviesen flores amarillas, todo seguiría igual: las campanas repicarían con normalidad para anunciar la misa de seis y Bernabela, la loca del pueblo, no dejaría de cantar su son alegre en la esquina de la plaza. Una lluvia así sería normal. Es esta inmutabilidad frente a lo sorprendente lo que hace único a Sincé, hogar de García Márquez durante parte de su infancia.
En este pueblo, un hombre hizo llover dinero en una corraleja, otro le dio música a La Pollera Colorá, un bombillo que lleva 50 años encendido, hubo una casa donde los objetos hacían autocombustión, los presos tenían la llave de su celda, y hubo alguna vez un hombre llamado Melquíades con cierto aire gitano. Hechos reales en perfecta armonía con la obra del nobel. En Sincé no solo hay algo de Macondo, allí el realismo mágico se encarna hasta hacerse cotidiano.
En “Vivir para la contarla”, Gabo describe la vivienda que alojó a su familia como “una casa enorme en la mejor esquina de la población, con dos pisos y un balcón corrido sobre la plaza”. No es accidental que diga “la mejor esquina de la población”, porque, en efecto, al estar frente a la plaza principal, desde allí podía ser testigo de la exuberante cotidianidad de este pueblo. Desde ese balcón, el entonces pequeño Gabriel, con los ojos abiertos pudo sentir cómo lo sobrenatural, lo mágico, lo impensable, lo absurdo confluyen con lo cotidiano, con lo normal, con lo factible, con lo real. Sincé llegó a ser para el escritor en formación “una nueva escuela de vida.”
No exageran los sinceanos cuando se autoproclaman fundamento de Macondo, tampoco exageran al sentirse parte importante de la obra del Nobel, porque si bien es cierto, que Cartagena y Aracataca son fundamentales en la geografía garciamarquiana, también es válido afirmar que Sincé da forma a esta geografía, a este universo. Basta visitar una vez este pequeño pueblo para palpar esa realidad.
A partir de esta riqueza intangible, Sincé ha hecho algo impensable, se ha ido convirtiendo en un destino turístico. Ha sabido capitalizar su riqueza cultural con una programación atractiva gestionada eficientemente desde la Casa de la Cultura, centrada en sus tradicionales fiestas de septiembre y noviembre. Sin embargo, el potencial turístico de este pueblo está aún por desarrollar. Falta mayor apoyo del Ministerio de Cultura para conservar su patrimonio y también hace falta mayor inversión privada que acelere este el desarrollo hotelero.