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Más que hablar de la influencia literaria de Mario Vargas Llosa, hoy quiero exaltarlo por algo más brillante: por pensar por sí mismo, por ir contracorriente y tener el coraje de defender la libertad en círculos en los que las ideas del colectivismo son casi las únicas aceptadas. Quiero exaltarlo por ser un hombre que incomodaba.
A diferencia de otros socialistas, en su juventud, Vargas Llosa no leyó para confirmar su sesgo ni para escalar en un partido. Leyó con honestidad, para intentar, aunque fuera parcialmente, comprender la realidad. Fue un hereje ilustrado. Y sí, creyó en Fidel y en la revolución, pero tuvo lo que muy pocos tienen: el coraje para abandonar ideas que alguna vez creyó correctas. Y algo aún más admirable: lo dijo en voz alta, y eso, en un mundo que cada vez prefería más la suavidad de las formas, es más escandaloso que gritar.
Leyó a Marx, claro. Pero luego leyó sobre todo a Hayek, y eso bastó para que sus viejos aliados lo cancelaran y tildaran de traidor y neoliberal. ¿El crimen? Salírseles del libreto.
Mientras en Colombia la gran mayoría de intelectuales presentan a autores como Orwell, Sowell o Hayek siempre desprovistos de su filo libertario, Vargas Llosa se atrevió a defenderlos de frente y sin máscara. Recomiendo leer “La llamada de la tribu”, que más allá de ser un texto literario, o una autobiografía, es un manual introductorio al liberalismo. Lo que se puede interpretar como un caminito de identidades. Un viaje ideológico. Allí, Vargas Llosa le dedica un capítulo completo a grandes y elementales pensadores como Karl Popper, Friedrich Hayek, Jean Francois Revel, entre otros.
No nos olvidemos de quienes lo criticaron, lo apartaron, y lo intentaron silenciar cientos de veces. Desde escritores como García Márquez y Eduardo Galeano, hasta políticos como Rafael Correa, Hugo Chávez y el mismo Gustavo Petro. Todo por defender ideas que creía justas aunque resultaran profundamente impopulares; mientras los intelectuales de izquierda guardaban silencio en las represiones que Fidel Castro hizo en contra de los homosexuales, Vargas Llosa los defendió. Además, defendió al liberalismo en tiempos en los que estaba (y está) bien visto el Estado paternalista. Es más, fue tan liberal que se atrevió a criticar el autoritarismo tanto de la izquierda como de la derecha. En sus columnas, denunció sin miedo al populismo y no tuvo reparos en decir que Trump es una “amenaza para la democracia liberal”.
Vargas Llosa se fue fiel a sí mismo, y siendo más libre que muchos. Nunca traicionó su amor por la literatura ni su compromiso con la libertad. Jamás impuso sus ideas, pero tampoco dejó que callaran su voz. Fue todo lo que este mundo de consensos blandos y pensamiento de rebaño no tolera: un hombre con criterio. Ojalá, además de su literatura, nos quede como legado la enseñanza de que pensar por cuenta propia, aunque incomode, es necesario.
Se murió Vargas Llosa, pero mientras haya gente que se atreva a salirse del libreto, su espíritu seguirá vivo.