Analistas 17/04/2025

Liderazgo trascendente en tiempos de recogimiento

César Mauricio Rodríguez Zárate
Teniente coronel (RP) PhD. Research Associate Leiden University

En medio del ruido del mundo, de las tensiones diarias, de choques y desencuentros, llega la Semana Santa como una tregua sagrada. Un alto en el camino que invita al silencio y a una revisión íntima y profunda de lo que hemos hecho con nuestras vidas. Preguntarnos: ¿para qué estoy aquí? ¿Cuál es mi propósito? No hablo de metas personales, laborales o de reconocimientos, sino del propósito que hace sentido, que marca un rumbo, que transforma las vidas de mis seres queridos y mis colaboradores.

He aprendido tras años de servicio en lo público y acompañando diferentes proyectos del sector privado, que el liderazgo auténtico no se mide en los momentos cotidianos o de calma. Se revela cuando todo parece perder el rumbo, en la crisis y en la angustia que produce ver de cerca el fracaso. Cuando el miedo, el dolor y la incertidumbre se hacen presentes. Es allí donde se prueba si lo que guía nuestras decisiones es el ego o el propósito.

Y esta semana nos recuerda desde la reflexión personal y espiritual, la responsabilidad que tenemos quienes ejercemos liderazgo, así sea sin cargos o títulos, pues de hecho, se practica el más importante de los liderazgos en el hogar, como padres de familia, como residentes cuando promovemos la convivencia, la buena vecindad y mucho más en nuestros entornos profesionales. El denominado liderazgo transformacional y trascendente.

El liderazgo que realmente transforma es el que se vive desde el servicio. Desde la a veces dolorosa e ingrata renuncia a uno mismo, por el necesario bien de los demás. Porque si hay un modelo de liderazgo trascendente, es el de quien entregó su vida en la cruz, no por poder, sino por amor. No para ser servido, sino para servir.

Servir no es debilidad. Es grandeza. Es entender que la autoridad es un préstamo momentáneo en el trabajo o la empresa, de Dios, y que debe usarse para edificar, no para engrandecerse. Cuando se lidera desde el servicio, las personas no solo obedecen: confían y se convierten ellas también en agentes de cambio. He visto vidas transformadas por una palabra oportuna, por la presencia que alivia la soledad, por la corrección fraterna o por un gesto silencioso y solidario. Porque al final, liderar no es mandar: es amar. Es ver en cada persona un universo de posibilidades.

Liderar entonces, no es otra cosa que asumir una misión sagrada: dejar huella en los corazones. Inspirar, no imponer. Acompañar y no controlar. Cambiar vidas, empezando por la propia. Y esto solo es posible si volvemos, primero, al origen, a lo esencial, al hogar, a la familia. A Dios.

Estos días santos nos interpelan y nos deben cuestionar. Nos invitan a detener el paso agitado y preguntarnos con honestidad: ¿cómo lidero mi vida, mi trabajo y mi familia? ¿Estoy honrando el propósito que se me fue confiado, en razón de mi edad, dignidad que ostento o gobierno que tengo bajo cargo? ¿Estoy cultivando la laboriosidad y las virtudes por quienes me rodean, empezando por los que tengo cerca y a veces doy por supuesto o por sentado?

Es momento de reconciliarnos con lo más profundo: con nuestros padres, nuestros hijos, nuestras parejas y naturalmente con Dios. De volver a mirar a los ojos. De bajar la voz y abrir el corazón. Porque antes de querer cambiar el mundo, debemos sanar el hogar y luego la segunda casa: el trabajo. Antes de guiar a otros, debemos reencontrarnos con nuestra propia vida.

Semana Santa no es solo tradición. Es oportunidad. Oportunidad de renovar el alma, de limpiar el corazón, de recordar que no estamos aquí para acumular, sino para entregar, de dar lo mejor de nosotros, de poner a disposición los talentos que nos fueron otorgados o que formamos con esfuerzo, de servir y por simple que parezca: ayudar.

El liderazgo, cuando nace del propósito, se convierte en legado. Y el servicio, cuando nace del amor, se convierte en camino hacia la plenitud. Que estos días santos nos encuentren con humildad. Que podamos mirar al cielo y decir: Señor, aquí estoy. No perfecto, pero dispuesto. Quiero servir, quiero amar, quiero liderar y ayudar a transformar… empezando por mí y mi familia.