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Hasta hace relativamente poco, la noción de sostenibilidad empezó a asociarse con la de rentabilidad empresarial, lo que terminó de consolidar la tendencia hacia los procesos y los servicios ‘verdes’
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los tratados internacionales, como el de la COP21 en París; las metas de responsabilidad social de las organizaciones, usualmente presentadas en los informes anuales de sostenibilidad; y los diferentes lineamientos gubernamentales, entre otros esfuerzos de la sociedad, insertaron desde hace un par de décadas la necesidad por construir un engranaje productivo cada vez más consciente del medio ambiente en el que se habita.
Sin embargo, hasta hace relativamente poco, la noción de sostenibilidad empezó a asociarse con la de rentabilidad empresarial, lo que terminó de consolidar la tendencia hacia los procesos y los servicios ‘verdes’. Así, precisamente, lo evidenció un reciente estudio de la firma, Boston Consulting Group (BCG), en el que a través de una encuesta realizada a consumidores de diferentes países de América Latina informó como más del 70% de las personas en la región consideran a la sustentabilidad como un aspecto relevante en su día a día.
Si bien en el desarrollo del informe se señala que al comparar la coyuntura climática con la realidad socioeconómica de las naciones latinas -inflación, desempleo, corrupción e inseguridad- no existe un alto nivel de urgencia para solventar dicho fenómeno, lo cierto es que el usuario contemporáneo cada vez prioriza más los factores sostenibles a la hora de adquirir un producto o un servicio.
Tal comportamiento, como lo comprobó el estudio, tiene una incidencia casi transversal en la economía, pues, rubros como los de: transporte aéreo, bienes de consumo, movilidad urbana, telecomunicaciones, energías para hogares e, incluso, servicios financieros, están siendo juzgados por el público según sus prácticas medioambientales. Por esta razón, y con el ánimo de evitar que los proyectos sostenibles se conciban como un mero ‘paisaje’, es necesario seguir impulsando iniciativas que ayuden a formar un consumidor crítico e informado frente a los procesos productivos de las compañías. Justamente, aquí es donde la academia adquiere un especial protagonismo, ya que, más allá de la enseñanza de conocimientos técnicos y habilidades duras, es el actor llamado a inculcar una actitud en pro de los ecosistemas en los que se vive.
La revolución que está propiciando el auge de ChatGPT, la bonanza de la automatización y el Internet de las cosas (IoT), entre otros muchos avances tecnológicos, han empezado a amenazar la vigencia de la educación tradicional; sin embargo, la orientación frente a temas de interés general, como el cambio climático, se mantiene intacta y, de hecho, cobra más relevancia en el mercado moderno.
En ese sentido, desde Westfield Business School, como escuela de negocios estadounidense dirigida a latinos e hispanohablantes, hemos apostado por la filosofía del ‘Triple impacto’, aquella que entiende la incidencia de hacer empresa en las dimensiones sociales, ambientales y económicas, como una vía para incentivar la responsabilidad social desde las etapas más iniciales del emprendimiento.
Con esto dicho, y en medio de un año de grandes desafíos macroeconómicos, de un panorama internacional incierto y de conversaciones en torno al futuro del sistema productivo colombiano, vale la pena considerar el papel que juega la responsabilidad social corporativa (RSC) en la construcción de país y, paralelamente, en el incremento del desempeño privado. Los grandes problemas sociales y ambientales se pueden solucionar desde la visión emprendedora y de alta rentabilidad; las iniciativas sostenibles no son ‘paisaje’, el árbol no es ‘paisaje’.
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Si una empresa o establecimiento incumple de alguna forma con esta legislación puede ser sancionada con multas que van desde un salario mínimo mensual legal vigente hasta 5.000 salarios mínimos