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La salud o los hábitos de vida saludable no son artículos que se pueden tomar de una estantería, la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad, es una capacidad individual que nos permite adaptarnos
Recientemente un paciente me decía: “parece que después de la pandemia envejecemos acumulando más y más enfermedades, medicamentos que no siempre nos hacen sentir bien, estamos más solos y por supuesto más tristes”.
Sin lugar a dudas estas palabras son un fuerte llamado de atención que nos debe cuestionar, pues es claro que los enfoques centrados en la enfermedad, fragmentados y tremendamente medicalizados se agotan y son insuficientes para dar respuesta a los grandes problemas que afectan la salud, pero particularmente a la aspiración de lograr una vida plena.
Entonces es necesario pensar diferente y trascender para generar modelos que estén verdaderamente centrados en las necesidades de las personas, que trascienden los muros de los hospitales y que nos permitan hacer tangible una revolucionaria visión salutogenica, que recupere la autonomía y el empoderamiento de las personas y comunidades, ayudando a crear, mantener y restaurar el bienestar incluso en presencia de las enfermedades.
Porque la salud o los hábitos de vida saludable no son artículos que se pueden tomar de una estantería, la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad, es una capacidad individual que nos permite adaptarnos y autogestionar los desafíos físicos, mentales o sociales que se presenten a lo largo de toda nuestra vida.
Y efectivamente hoy nos enfrentamos a una gran cantidad de desafíos, mayores riesgos de epidemias, enfermedades crónicas, cáncer, envejecimiento no saludable, problemas serios que afectan la salud mental y materno infantil, malnutrición, soledad, además de todo el impacto generado por la violencia, la guerra otros determinantes sociales de la salud; pero como si fuera poco el planeta también está enfermo, pues estamos enfrentando la llamada “era del Antropoceno”, una nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre la Tierra, provocando severas afectaciones a los ecosistemas naturales por cuenta del cambio climático, la contaminación del aire, el suelo y el agua, la inseguridad alimentaria, la pérdida de la biodiversidad, situaciones que a su vez están destruyendo los beneficios para la salud animal y humana.
Pareciera un panorama desolador, pero no podemos desfallecer y es necesario tomar la batuta y contribuir a generar sociedades conscientes y coherentes que comprendan la responsabilidad de garantizar la armonía entre la salud humana y planetaria, recuperando las claves de las longevidad salutogenica.
Es mucho más que la visión reduccionista de la dieta obligatoria y torturadora, cuya meta es tan solo el control del peso o bajar los niveles del colesterol, es por el contrario, un enfoque que motiva a tomar decisiones fundamentadas en el conocimiento y en la comprensión del valor de los alimentos para garantizar la salud y el bienestar, pues a medida que nos volvemos más conscientes de nuestros hábitos, podemos avanzar en verdaderos cambios de comportamiento que sean perdurables. Existe suficiente evidencia científica, que las dietas basadas en proteína animal, alimentos ricos en sal, azúcares libres, grasas saturadas están asociadas con mayor riesgo de enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, diabetes tipo 2, y otras condiciones que pueden aumentar el riesgo de muerte prematura, por lo cual, debemos ir avanzando hacia enfoques balanceados aumentando la variedad de frutas y verduras, cereales integrales, legumbres, frutos secos, proteínas vegetales.